Estrellas fugaces [Iso]

La azotea era uno de esos lugares que los estudiantes como yo solíamos emplear como método de relajación y para alejarnos del barullo de la Academia. Normalmente, el clima era más frío que en los jardines y el silencio exquisito, no se podía definir de ninguna otra manera. Para mi sorpresa, el cielo estaba despejado aquella noche y podía contemplar a la perfección el cielo nocturno plagado de brillantes estrellas.

A veces me preguntaba cómo sería vivir sin aquellos problemas existenciales y mortales que existían en el mundo mágico. No más guerras, ni entrenamientos, ni siquiera la necesidad de ser un ser independiente y de mantener los secretos bien guardados. Se me ocurría que debía de ser una aténtica maravilla el ser una persona normal y corriente. De verdad que ansiaba serlo.

Suspirando, me senté en el frío suelo y apoyé la espalda sobre el bajo muro que me separaba del vacío, alzando la vista para continuar contemplando el paisaje. El viento de principios de otoño me revolvió el pelo, pero apenas lo noté. Me sentía afortunada por haber huido de mis compañeros y haberme encontrado allí.

Las últimas experiencias que había vivido al salir de la Academia me habían dejado sin ganas de aventuras. Mi cuerpo aún se resentía por los golpes y por la energía que había empleado para salir ilesa de aquellas situaciones. Necesitaba unas vacaciones y estaba dispuesta a tomarlas cuanto antes.

Dejando mi mente en blanco, cerré los ojos.

La academia era muy grande para lo que estaba acostumbrado. Quizás me había perdido. No lo sé.

Sólo se que ahora me encontraba en una azotea en lo alto de la Academia. Desde allí, el cielo estrellado se contemplaba con todo su esplendor. Aquella vista de paz...

Total, no tenía nada que hacer en la Academia aún. Que mas da el haberme perdido, ya encontraré mi lugar. De momento, esta azotea era un lugar perfecto. Miré al cielo, y vi dos estrellas parpadeantes que me trajeron dos lágrimas. Por qué... De pronto, miré al suelo de la azotea para ver a alguien tendido en ella. Pensé en irme para no molestar, pero la vista era preciosa...

Me escondí como pude, y me senté a ver las estrellas, a pensar. A pensar en mi mismo, mientras notaba como la suave brisa me abrazaba. No me había abandonado como tantos otros... La naturaleza... Vieja compañera...

Y las dos lágrimas que habían venido, fueron acompañadas de más. Pero en silencio. Me lamentaba a mi mismo.

Un suave ruido me hizo abrir con lentitud los ojos y girar la cabeza para dar con la procedencia de estos. La luz de la luna me ayudó a distinguir en la penumbra una figura que se había sentado en una esquina de la azotea, bastante separado de mí. Juraría que le escuchaba llorar, pero no podía asegurarme de ello. Si ya no estaba sola, prefería unirme a su pena y alejarme por unos minutos de mi propio pesar.

-¿Hay alguien ahí?- pregunté, levantándome y acercándome con lentitud a quien fuera que fuese, intentando no asustarle con mi repentina presencia.

En cuanto me acerqué un poco más pude distinguir a un chico de pelo rubio sentado en el frío suelo, sin prestarme atención. Me acuclillé frente a él, esperando que así se percatase de mi presencia y esperé con paciencia, dedicándole una mirada animada.

Normalmente no era tan cercana, pero el verle allí escondido llorando había abierto esa pequeña puerta que existía dentro de mí detrás de la cual se encontraba mi lado bueno.

La voz que me hablaba sonó cerca de mí. Creí que me había escuchado y la había molestado. Alcé la vista lentamente y la miré, para intentar saber las intenciones del hablante. Pero no podía ver tras la cortina de agua que cubrían mis ojos.. Agaché la cabeza en signo de arrepentimiento, y me agarré los brazos por delante de las piernas para ocupar el menor espacio posible. Para molestar cuanto menos mejor..

Cogí aire como pude e intenté guardar mis lamentos. Le hice gestos por si quería sentarse, y volví a mirar el cielo que posaba sobre mi cabeza. A las estrellas más altas. Y volví a ver aquellas dos estrellas brillantes que parpadearon delante de mis ojos. Y mi faz entera se tornó en un lamento agudo.

En un sollozo lento, pero profundo.

La reacción del chico me pilló desprevenida. Estaba acostumbrada a que la gente reaccionase de forma violenta al comprobar que vestía el uniforme de la Residencia Black Fire, que se apartasen de mí o incluso que me tuviesen miedo, pero jamás habían llorado ante mí, ni ni siquiera habían ignorado mis palabras. Aquel triste chico me era completamente desconocido y, aún así, hubo algo en él que me hizo sentir mal. Porque no comprendía cómo una persona tan joven podía guardar tanto sufrimiento en su interior.

Haciendo caso a su gesto, me senté en el suelo, junto a él, respetando su silencio durante unos minutos mientras pensaba en lo que decir. Tenía que reconocer que animar no era lo mío, que de mi boca brotaban más palabras agresivas que palabras de ánimo, pero quería hacer un esfuerzo. Jamás me hubiese perdonado tratar mal a alguien en su estado.

-Me gusta saber que no soy la única que elige este sitio como refugio.- reconocí, doblando las rodillas y apoyando la mejilla izquierda contra ellas para poder mirarle a la cara.- Normalmente me gusta estar sola aquí, pero... me reconforta saber que hay más personas que no se sienten bien en este lugar.

La escuché mientras pensaba para mi mismo. No había llegado a ahí arriba a propósito, me había perdido... pero parecía un buen lugar para relajarse y pensar. De todas formas, no la entendí. ¿No se sentía bien en el lugar?

Creía que esta academia sería la única forma de olvidar todo lo que me había ocurrido hasta entonces. Si hasta aquí no había paz, no había sosiego... ¿Los malos sentimientos, lo que me hacia sufrir, iba a seguir? ¿Iba a llorar toda la vida? No quería pensarlo. No debía.

La miré frotándome los ojos con las manos para tratar de quitar esas lagrimillas tardías, y intenté que me reconociera, quizás para darse cuenta de que no me había visto nunca, que era nuevo aquí, quizás simplemente para que supiera quien iba a acompañarla algunas noches en la azotea, aunque fuera apartado.

Era guapa. Parecía maja. Asentí con la cabeza y lentamente, con la mano, dibujé en el suelo plano tres letras. Mi nombre.

"Iso".

En cuanto se retiró las lágrimas y me dejó contemplar su rostro me di cuenta de que debía de ser otro de los nuevos. Últimamente la Residencia Blue no había hecho otra cosa más que aceptar a nuevos alumnos y, desde luego, aquel era el más curioso.

Bajé la mirada para seguir los movimientos de su mano y forcé la lista para leer lo que me pretendía decirme. Tres letras. Una "i". Una "s". Y una "o". Era un nombre tan curioso como él mismo, debía reconocerlo.

-Puedes llamarme Alex.- le respondí, manteniendo la sonrisa en mi cara.- Así que eres de Blue...- continué, señalando su uniforme azul con la mirada.- Es un buen sitio, encontrarás a gente interesante.

Si alguno de mi Residencia me hubiese escuchado decir eso, podría haberme dado por muerta, pero sabía que allí sólo estábamos nosotros dos y que Iso no diría nada. Ya no por el simple hecho de que ni siquiera me dirigiese a mí la palabra, sino porque tenía la sensación de que no tendría ninguna motivación para meterme en mayores problemas.

"Eso espero", pensé para mi mismo. Esperaba encontrar a amigos como los que una vez tuve. Volver a aquellos viejos tiempos. Quizás fuera posible.

Intenté hablar, pero de mis labios no salieron ningún sonido. Una bocanada de aire. Una columna de vaho, simplemente, con la intención de dar las gracias. Unas gracias que se perdieron en el viento, gesticulado por mi boca, pero que no resonaron mas que en mi conciencia. Así que lo único que pude hacer fue sonreír, intentar sonreír de nuevo.

Bajé la cabeza de nuevo, lentamente, para mirar mis pies. Y me di cuenta que desde ahí, no sentía el viento. La brisa. Nada.
Me levanté y ande hacia la barandilla, intentando en ningún momento parecer descortés con la chica que a mi lado se sentaba, sin darle en ningún momento la espalda. Apoyado en la barandilla, volví a sentir el viento. La brisa, el frió. Movimiento sobre mí.

Mientras la miraba, pensé quién era ella. Alex. Con un traje negro. Valía la pena apuntárselo. Desde allí volví a sonreír mientras sentía que el pelo se mecía al viento. Creo que me tragué algún pelo de los míos. No están muy ricos, pensé.

Quería quedarme allí, apoyado en la barandilla, durante lo que me quedaba de historia. Pensando. Siempre pensando como había cambiado todo.

Percibí en él un amago de hablar, de querer comunicarse conmigo, que al final se quedó en nada. Aún así, aprecié el esfuerzo, de alguna manera había llegado a comprender que para él aquello no era una cosa fácil. Queriendo unirme a él, me levanté y me apoyé a su lado, respetando su espacio personal para no intimidarle.

-¿Sabes? Yo tampoco llevo mucho tiempo aquí.- reconocí, pensando que igual le gustaría escuchar un poco sobre mí antes de animarse a compartir su historia.- Y me metieron en la Residencia menos sociable de todas, así que lo tengo un poquito difícil. El negro no gusta entre las demás Residencias.- le informé, volviendo a sonreír.- Pero hay gente que... no se preocupa por eso. Encontrarás a gente muy mala, pero al igual hay personas que valen la pena.

Intentando averiguar si de alguna manera había llegado a captar mis palabras, me volví hacia él, esperando percibir alguna emoción en su rostro antes de continuar hablándole.

Abstracto en mis pensamientos, intenté acoplarme al hilo de la conversación en cuanto me di cuenta de que había empezado. Asentí con la cabeza. Tenía que aprender sobre las residencias existentes en el servidor, aún no conocía ninguna, ni las diferencias entre ellas. Solo sabia en la cual convivía. Y tenía que conocer a gente.

Aunque no sabía si conocería a alguien. No era el adecuado. Posiblemente había mucha mas gente que valiera la pena entrar en la academia antes que yo. Mi pasado me remordía la conciencia. ¿Valía la pena de verdad que alguien se fijara en mi? Me había dicho que encontraré a gente muy mala... ¿De verdad habría gente mala en la academia? ¿Peor que mi pasado? ¿Peor que yo mismo?

Me dio la impresión, no estuve seguro de ello, de que ese último pensamiento había salido de mis labios y no solo de mi mente. Y de mis ojos volvieron las lagrimas.

Había algo de lo que acababa de decir que no le había hecho bien. No llegaba a comprenderlo de todo, no odía saberlo si no se comunicaba conmigo, por eso intenté hacer un esfuerzo por solucionarlo, por apartar los pensamientos que le había llevado a la cabeza y por abrir un nuevo tema de conversación que le hiciese sentir mejor en mi compañía.

-Lo bueno de aquí es... que no importa cómo seas, de dónde vengas o lo que hayas hecho. Encontrarás a alguien... como tú o que encaje contigo.- proseguí, haciéndole ver que no hay nada de lo que preocuparse.- Cuando yo llegué me sentía completamente sola. Si embargo, cuanto más intentaba estar sola, más gente estaba junto a mí. Esto al final es agradable.

Pensé dubitativamente sobre qué hacer ahora. Preferiría no volver a hablar y oír su propia voz. Irme corriendo sería una falta de respeto. Tirarme por la barandilla sonaba fácil, mas la caída sería seguramente mortal para mí. Que hacer, qué hacer...

Metí la mano en uno de mis bolsillos, para buscar un pequeño cuadernito de notas y un boligrafo. Con paciencia, empezé a escribir una nota que, seguidamente, le entregué a ella.

"Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación. ~Henry David Thoreau"

Tras esto, me limpié las lágrimas e intenté volver a sonreír, pese a que no lo conseguí.