Pétalos de rosa [LIBRE]

Las calles habían terminado por quedarse vacías.

Ahora que el otoño había comenzado, los días se iban haciendo más cortos y anochecía antes. Mi reloj de pulsera apenas marcaba las siete de la tarde y el cielo ya se había teñido del más oscuro de todos los azules. Una fría brisa se había levantado con el caer de la noche y me acompañaba mientras caminaba por las solitarias calles del centro de Luxemburgo. Las farolas iluminaban mi camino, me mantenían en la senda adecuada para llegar hasta la calle principal y coger el primer bus que pasase.

No podía negar que la ciudad tenía su encanto. Los edificios pequeños, de piedra marrón y relucientes. El ambiente calmado y el paisaje pintoresco. Ese país acabaría por gustarme. Era un sitio donde podía dejar de pensar en quién era y lo que podía hacer. Me mantenía alejada de la dura realidad y ello era realmente algo positivo.

Guardando las manos en los bolsillos de mi gabardina, comencé a caminar más deprisa. Me inquietaba encontrarme sola en una calle oscura en un país que apenas conocía. Había aprendido a ser precavida y en aquellos momentos, quedarme sola, no había sido la mejor decisión que había tomado. Sentía como si alguien me estuviese vigilando, siguiendo mis movimientos con interés.

No sabía quién era, pero fuese quien fuese, tendría que enfrentarse a mí.

Caminé más rápido. Después más rápido aún. Si de verdad alguien me estaba siguiendo, le llevaría hasta una calle secundaria para poder enfrentarme cara a cara a esa persona. Mi humor no era lo suficiente bueno como para acabar de buenas con ese asunto. Cogiendo aire, me detuve en seco en cuanto llegué a una pequeña plaza situada al norte de la ciudad. La luz que emitían las farolas era suave, apenas podía distinguir la sombra de los edificios a mi alrededor.

Agaché la cabeza e intenté parecer frágil, desprotegida, atrayendo a mi atacante en caso de que se tratase de un simple humano que buscase dinero. Al principio me había sentido bastante molesta por aquellas personas que intentaban aprovecharse de mí, infravalorando mis capacidades. Pero a esas alturas había empezado a cogerle gustillo a la cara de sorpresa que ponían cuando les demostraba de lo que era capaz.

-¿Hay.. hay alguien ahí?- susurré, haciendo temblar mi voz casi con maestría.

Nadie respondió. Uno de los inmensos cuervos de la ciudad, salió volando de uno de los árboles, creando un estruendo que consiguió sorprenderme y asustarme, aunque jamás fuese capaz de reconocerlo en voz alta.

Esperé pacientemente a que la diversión comenzase.